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miércoles, 19 de septiembre de 2012

La tristeza es de todos


 
Una promesa providente laica Los pilares de aquella estructura estaban en las cárceles: entre ocho y veinte mil hombres -magistrados, jefes y oficiales, abogados, profesionales, profesores, políticos, escritores y estudiantes- “desafectos” a la República. Los llamaron quintacolumnistas.
Ninguno de ellos tuvo un juicio. No hubo jamás una acusación formal (el escritor Pedro Muñoz Seca diría a sus verdugos: “Vosotros no sabéis por qué me matáis, pero yo sí sé por qué muero”). Con el frente de combate a menos de doscientos metros de la cárcel Modelo, los comunistas comprendieron que aquellos presos eran una fuerza formidable de mando -los oficiales- y de reconstrucción -miles de civiles y cientos de religiosos-.
La solución final fue matarlos. Cada día, desde el 7 de noviembre, fueron sacando a los presos de las cárceles y los llevaron en camiones hasta al arroyo de San José, cerca de Paracuellos: un lugar perfecto para una matanza rápida porque la tierra es arenosa y ni siquiera hace falta pico para excavar una fosa profunda. Con una pala basta.
Los milicianos bajaban a los presos de diez en diez, les ataban las manos, les disparaban y obligaban a los vecinos a empujar los cadáveres a las fosas y enterrarlos. Hasta el 4 de diciembre, entre tres mil y cinco mil hombres fueron asesinados siguiendo un plan diseñado en un despacho y aprobado por cada uno de los miembros de aquella Junta de Defensa.
Entre otros tantos, a José Cuquerella lo sepultaron en la arena de Paracuellos. Este excapitán de Infantería de Marina, casado y padre de cuatro hijos, tenía 33 años cuando lo mataron. No quiso jurar la Constitución de 1931 y dejó el Ejército para reintegrarse a la vida civil como abogado. Lo asesinaron por “faccioso” (se carteaba con Primo de Rivera), por su fe -era presidente de la Asociación de Familias Católicas de Castilla la Nueva- y por defender el orden. Así fue. Dos meses antes de la sublevación, el 2 de mayo, un grupo de comunistas ocupó el ayuntamiento ciudadrealeño de Calzada de Calatrava y asesinó a los guardias civiles que lo custodiaban. José Cuquerella recuperó sus galones y se enfrentó a tiros a los comunistas, a los que capturó y entregó. Sin embargo, alguien cercano a su casa -la prima de una asistenta- lo denunció. “En junio le detuvieron y le encarcelaron en la Modelo”, cuenta a su nieto, Marcial Cuquerella, director general de Intereconomía Televisión.
Durante la estancia en prisión, las autoridades republicanas le ofrecieron el rango de coronel si se pasaba al bando republicano y apostataba de su fe. Su respuesta le reservó para la eternidad la última tumba a la izquierda en el camposanto de los mártires de Paracuellos.
“A mi abuela nunca le dijeron que lo habían matado, no se enteró hasta que entraron las tropas nacionales al final de la guerra”, relata Cuquerella. Fue un primo de su padre quien localizó el cuerpo y quien vio el agujero en la guerrera, a la izquierda del pecho, que dejó la bala que lo mató. Directa al corazón. En el bolsillo encontraron el anillo de casado que el excapitán había escondido.
El padre de Marcial Cuquerella era tan pequeño cuando lo mataron, que ni siquiera le quedó recuerdo alguno. “Lo más importante que aprendí de mi padre fue el perdón, la capacidad de perdonar. Es un perdón sincero, un perdón del alma”, dice Cuquerella, que representa la tercera generación tras la guerra y que cuenta lo que sucedía en casa cuando Santiago Carrillo -que en noviembre y diciembre de 1936 era el responsable máximo de Orden Público de la Junta de Defensa- salía en la televisión: “Mi padre cambiaba de canal y rezaba. Ha sido una enseñanza que he llevado siempre con gran orgullo y honor”.
Perdonar, pero no olvidar. La familia Cuquerella no pretende juzgar y castigar -setenta y cinco años después de los hechos- a Santiago Carrillo. “No creemos en una promesa providente laica. Mi abuelo está muerto, mi padre vivió con ese trauma y eso no se va a arreglar metiendo a Carrillo en la cárcel”, sentencia Cuquerella.
Algunos lo vieron de forma diferente. Entre ellos está José Antonio Esquíroz, hijo de Eugenio Esquíroz, coronel en la reserva y falangista, y hermano de Fernando, un adolescente de 16 años. Los dos estuvieron presos en la Modelo. Solo uno moriría en Paracuellos.

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