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martes, 18 de septiembre de 2012

Vosotros no sabéis por qué me matáis, pero yo sí sé por qué muero

El camposanto de Paracuellos es un cementerio pelado. Lo que en Estados Unidos serían colinas verdes y guardias de honor, aquí son explanadas pardas y alcornoques con la base encalada. En Paracuellos no hay ningún corneta que al anochecer toque una nana. Las cruces irregulares están manchadas de vejez y la pintura de los nombres de los asesinados hace 75 años y pico ya se ha borrado... En realidad, hace décadas que se borró. Lo único que da color al cementerio son las flores falsas, de plástico rosa, atadas a unas pocas cruces. Aquí, el tiempo va despacio, pero no se detiene.
Hace muchos años, en la primera mitad del siglo pasado, noviembre de 1936, el Gobierno republicano huyó a Valencia y dejó atrás un Madrid sitiado y una Junta de Defensa gobernada de hecho por media docena de agentes soviéticos. La República había armado al pueblo, pero había perdido las estructuras esenciales para el Gobierno: judicatura, ejército, administración, comercio exterior, universidad... Los pilares de aquella estructura estaban en las cárceles: entre ocho y veinte mil hombres -magistrados, jefes y oficiales, abogados, profesionales, profesores, políticos, escritores y estudiantes- “desafectos” a la República. Los llamaron quintacolumnistas.
Ninguno de ellos tuvo un juicio. No hubo jamás una acusación formal (el escritor Pedro Muñoz Seca diría a sus verdugos: “Vosotros no sabéis por qué me matáis, pero yo sí sé por qué muero”).
Pedro Muñoz Seca

Con el frente de combate a menos de doscientos metros de la cárcel Modelo, los comunistas comprendieron que aquellos presos eran una fuerza formidable de mando -los oficiales- y de reconstrucción -miles de civiles y cientos de religiosos-.

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