El camposanto de Paracuellos es un cementerio pelado. Lo que en Estados Unidos serían colinas verdes y guardias de honor, aquí son explanadas pardas y alcornoques con la base encalada. En Paracuellos no hay ningún corneta que al anochecer toque una nana. Las cruces irregulares están manchadas de vejez y la pintura de los nombres de los asesinados hace 75 años y pico ya se ha borrado... En realidad, hace décadas que se borró. Lo único que da color al cementerio son las flores falsas, de plástico rosa, atadas a unas pocas cruces. Aquí, el tiempo va despacio, pero no se detiene.
Ninguno de ellos tuvo un juicio. No hubo jamás una acusación formal (el escritor Pedro Muñoz Seca diría a sus verdugos: “Vosotros no sabéis por qué me matáis, pero yo sí sé por qué muero”).
Con el frente de combate a menos de doscientos metros de la cárcel Modelo, los comunistas comprendieron que aquellos presos eran una fuerza formidable de mando -los oficiales- y de reconstrucción -miles de civiles y cientos de religiosos-.
Pedro Muñoz Seca
Con el frente de combate a menos de doscientos metros de la cárcel Modelo, los comunistas comprendieron que aquellos presos eran una fuerza formidable de mando -los oficiales- y de reconstrucción -miles de civiles y cientos de religiosos-.
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