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jueves, 13 de septiembre de 2012

El origen del fracaso de Occidente es la cultura de lo superfluo, la filosofía del exceso y la frivolización de una sociedad que ha perdido sus cimientos espirituales

 
 
Despunta el alba por Levante. Y ya con los primeros rayos de sol comienzan en España las predicciones y las reprobaciones. Todos saben lo que va a suceder. Todos saben lo que pudo suceder. Todos saben lo que harían ellos. Y, por supuesto, todos saben de economía. Desde la señora de la tienda de abajo hasta el chico de la gasolinera, hoy todo español que se precie sabe de finanzas una barbaridad. En la catarata diaria de datos a la que nos someten los terminales mediáticos y las redes sociales se mezclan los datos económicos veraces con el corta-pega inconexo que refunde y personaliza, generando una masa amorfa de información que, de hecho, es desinformación. Esta semana ha sido muy importante para España, porque el Tribunal Constitucional alemán ha avalado el Mecanismo Europeo de Estabilidad, dando vía libre a que el fondo de rescate pueda entrar en vigor en Europa. Esto ha producido en nuestro país un enorme alivio, pues no sólo implica que los millones van a llegar, sino que Alemania reitera su confianza en la permanencia de España en la Zona Euro.
Sin embargo, con la atención general concentrada en retransmitir la crisis en directo, nadie parece dedicar un solo segundo a analizar la situación. Mientras Occidente atraviesa la mayor crisis de su historia, tanto los cabecillas políticos como los líderes de opinión contemplan la tragedia exclusivamente desde un punto de vista económico. Pero el crash financiero es la consecuencia de la crisis, no la causa. El origen del fracaso de Occidente es la cultura de lo superfluo, la filosofía del exceso y la frivolización de una sociedad que ha perdido sus cimientos espirituales. La crisis es una oportunidad única, por tanto, para tomar conciencia de los errores cometidos y ponerles remedio antes de que sea demasiado tarde. Prueba de ello son los países que supieron detectar el problema a tiempo y tomaron medidas urgentes, mostrando que la solución al problema está en la cultura del esfuerzo.
El nivel de desempleo juvenil es uno de los medidores que sirven para diferenciar los países solventes de los lastrados. Cuando la Organización Internacional del Trabajo acaba de anunciar que España ha batido el récord mundial de paro con un 24,5%, la OCDE informa de que nuestro país alcanza también una nueva cota de desempleo juvenil con una tasa del 52,9%, lo que nos reconfirma como el campeón de Occidente. A los políticos nacionales que se escudan en la crisis mundial para zafarse de su responsabilidad en la crisis española les recordamos las cifras de paro juvenil de países como Alemania y Holanda: entre el 7% y el 8% desde hace años.
La decadencia de una sociedad no se soluciona con un chorro de millones prestados. Los políticos, sometidos a una constante vigilancia por parte de los medios de comunicación, no sólo deben reducir el gasto público por una cuestión de supervivencia económica nacional, sino también para dar ejemplo moral a una sociedad que ha perdido, literalmente, el norte.

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