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domingo, 4 de noviembre de 2012

Si la ética depende de las neuronas…


Hay quienes buscan explicar los comportamientos humanos desde el sistema nervioso, con las mil estructuras complejas de las neuronas distribuidas en nuestra cabeza y en otras partes del cuerpo.

En esta perspectiva, ¿es correcto defender que la ética depende de las neuronas? Imaginemos un momento una situación concreta de conflicto interior.
Juan ha iniciado una carrera. Quiere estudiar esta tarde. Además, tiene a su padre enfermo. Desearía ir a verlo en el hospital. A mediodía, le llaman por teléfono y le invitan a una fiesta. Le gustaría descansar con los amigos.

Ante los ojos de Juan hay tres opciones muy concretas que le interpelan. Es cierto: normalmente las opciones son muchas más. Pero esas tres se presentan con una viveza especial.

¿Qué hará Juan? Si todo depende de las neuronas, habrá una “lucha” entre circuitos que permitirá el triunfo de una opción sobre las otras. Juan irá a la fiesta, si esa fuera su “decisión”, porque habrían dominado algunas neuronas con el refuerzo de otras: recuerdos, anhelos de placer, miedo al aburrimiento…

Entonces, si las neuronas son la causa de la decisión de Juan, simplemente no podemos acusarlo de nada: ha sido llevado por circuitos internos y ha quedado “determinado” por lo que las neuronas “decidieron”.

Nos parece extraño, sin embargo, explicar sólo con las neuronas los comportamientos humanos. Es cierto que cada opción depende de muchos factores, entre ellos los miles de procesos que ocurren en nuestro cuerpo y los no pocos influjos que recibimos desde el exterior. Pero también es cierto que tocamos, en tantas opciones humanas, la existencia de un nivel “superior” a lo puramente neuronal: tenemos una voluntad libre que trabaja desde principios que van más allá de lo empírico.

En otras palabras, las decisiones que tomamos implican varios niveles de nuestra condición humana, entre los cuales hay uno que supera en mucho lo que es simplemente físico.

Por eso, precisamente por eso, podremos decirle a Juan que ha sido un irresponsable al haber dejado solo a su padre y al descuidar sus estudios por haber preferido un rato de placer. Al revés, y ocurre más veces de las que imaginamos, felicitaremos a Juan cuando diga por teléfono, con una voz educada pero clara, que hoy no irá a la fiesta porque tiene algo mucho más importante que hacer: manifestar su amor de hijo hacia su padre necesitado de ayuda.

P. Fernando Pascual. Profesor en el Regina Apostolorum de Roma

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