Traduce

lunes, 28 de enero de 2013

Yo quería darle gusto y acertar en el uso de mi libertad y poder escuchar al final de mi vida: "Ven, siervo bueno y fiel, entra en el gozo de tu Señor."


¿Qué hacéis, en qué os entretenéis?
A veces andamos como ciegos caminando fuera del camino o como sordos sin escuchar la Palabra de Dios que nos llama a vivir a su lado.

Esta era una de las preguntas más profundas y urgentes que me planteé en mi juventud. Quería elegir bien, quería asegurarme de tomar un camino que fuera conforme al Plan de Dios sobre mi vida. Él como Padre tendría un sueño para su hijo, como Creador un plan para su criatura; y yo quería darle gusto y acertar en el uso de mi libertad y poder escuchar al final de mi vida: "Ven, siervo bueno y fiel, entra en el gozo de tu Señor." (Mt 25,21)

Independientemente de la vocación específica de cada uno, hay un llamado que tenemos todos en común: ser conforme a la imagen de Cristo (Rom 8,29). Eso es lo que Dios espera de nosotros: que seamos como su Hijo Primogénito: Jesucristo.

Al ver San Juan de la Cruz cómo teniendo vocación tan sublime nos ocupamos muchas veces de otras cosas, dice: "¡Oh almas criadas para estas grandezas y para ellas llamadas! ¿Qué hacéis, en qué os entretenéis? Vuestras pretensiones son bajezas y vuestras posesiones miserias. ¡Oh miserable ceguera de los ojos de vuestra alma, pues para tanta luz estáis ciegos y para tan grandes voces sordos!" (Cántico espiritual, 39,7)

¿HACIA DÓNDE?

Así es, a veces andamos como ciegos caminando fuera del camino o como sordos sin escuchar la Palabra de Dios que nos llama a vivir a su lado. Cristo es la Palabra y es el Camino y vino al mundo para mostrarnos cómo andar y por dónde avanzar. Así lo explica el Papa Juan Pablo II: "La única orientación del espíritu, la única dirección del entendimiento, de la voluntad y del corazón es para nosotros ésta: hacia Cristo, Redentor del hombre; hacia Cristo, Redentor del mundo." (Redemptor Hominis, 7) "El hombre que quiere comprenderse hasta el fondo a sí mismo -no solamente según criterios y medidas del propio ser inmediatos, parciales, a veces superficiales e incluso aparentes- debe, con su inquietud, incertidumbre e incluso con su debilidad y pecaminosidad, con su vida y con su muerte, acercarse a Cristo. Debe, por decirlo así, entrar en Él con todo su ser, debe «apropiarse» y asimilar toda la realidad de la Encarnación y de la Redención para encontrarse a sí mismo. Si se actúa en él este hondo proceso, entonces él da frutos no sólo de adoración a Dios, sino también de profunda maravilla de sí mismo." (Redemptor Hominis, 10)

COMO UNA SEMILLA DESTINADA A GERMINAR Y CRECER

¿Maravilla de sí mismo? Sí, maravilla, pues llevamos a Cristo dentro de nosotros, ha establecido allí su casa y quiere instaurar y extender su reino. Participamos de la misma vida de Dios. La gracia de Dios en nosotros es como una semilla plantada en nuestro interior el día de nuestro bautismo. Y esta semilla está destinada a crecer. San Basilio Magno explica que: "....desde que empieza a existir este ser vivo que llamamos hombre es depositada en él una fuerza espiritual, a manera de semilla, que encierra en sí misma la facultad y la tendencia al amor. Esta fuerza seminal es cultivada diligentemente y nutrida sabiamente en la escuela de los divinos preceptos y así, con la ayuda de Dios, llega a su perfección."

De lo que se trata es de avivar la chispa del amor que llevamos en lo más profundo de nuestro ser. Cristo nos participa de su vida, como la vid al sarmiento (Jn 15), de manera que sea Él quien viva y se manifieste en nosotros: "Ya no soy yo quien vive, es Cristo quien vive en mí" (cfr. Gal 2, 20).

¿DE QUIÉN DEPENDE?

Nuestra unión con Dios y nuestra transformación en Cristo se lleva a cabo dentro de nosotros, pero sólo si nosotros lo permitimos y lo queremos. Una semilla de limón se siembra, se cultiva y da un limonero. En nuestro caso, la semilla de la gracia está destinada a convertirnos en un hijo como el Hijo, pero no se da por descontado, Dios nos hizo libres para ir hacia Él o no. En este cometido no estamos solos; el proyecto de Dios es obra conjunta de cada uno y del Espíritu Santo: artífice de nuestra unión y transformación en Cristo.

¿DE QUÉ TIPO DE CRECIMIENTO ESTAMOS HABLANDO?

De un doble crecimiento:
• El crecimiento de la raíz: Que consiste en profundizar en el conocimiento personal de Cristo, cultivar la vida de gracia, crecer en intimidad con Dios, permitir que el reino de Cristo triunfe en nuestras vidas. Esto comporta también un trabajo de purificación de todo aquello que no sea Dios y de aquellos amores y aficiones que no sean conformes a Su querer, pues debido al pecado original arrastramos unas tendencias negativas a la que llamamos concupiscencia y debido al propio pecado encontramos también basura, piedras y espinas que limpiar.
• El crecimiento del árbol: Es decir, nuestra transformación en Cristo, que seamos más semejantes a Él, por su imitación en el ejercicio de las virtudes cristianas y la vivencia de las virtudes teologales.

SIN ORACIÓN NO HAY CRECIMIENTO

Este doble crecimiento es arduo y fatigoso, como el cuidado de todo campo de cultivo. Entre otras cosas se requiere oración. Sin oración no hay crecimiento espiritual. La semilla crece cuando ponemos en acto las virtudes teologales. La fe: en la oración conocemos a Dios. Orar es poner la fe en acto. Esperanza: orar es ejercitar el deseo de Dios, es abandonarnos en Sus manos, es entrega confiada en Sus brazos. Amor: orar es acoger el amor de Dios y corresponderle amando.

En esto consiste el quehacer del hombre en su camino al cielo. ¡Buen viaje!
Autor: P. Evaristo Sada LC.

sábado, 26 de enero de 2013

La fe de una mamá

 
Cuando hagas oración por alguien, no esperes que esa persona ponga de sí "algo" para alcanzar el milagro.

Hoy te encuentro, mujer cananea, en un pasaje del Evangelio... (San Marcos 7, 24-30) Y me quedo pensando en ti, en tu dolor de madre, en tu búsqueda de caminos para tu hija.

Pasan las horas y siento que sigues estando allí, en mi corazón, tratando de hacerme entender, tratando de explicarme algo... Pero no te entiendo.

Y como mi corazón sabe que cuando no entiende debe buscar a su Maestra del alma, entonces te busco, Madre querida, te busco entre las letras de ese pasaje bíblico que leo y releo una y otra vez.

De pronto mi alma comienza a sentir tu perfume y me voy acercando al lugar de los hechos...

Allí te encuentro, Madrecita, mezclada entre la gente que hablaba de Jesús... me haces señas de que tome tu mano. ¡Qué alivio para el alma tomar tu Mano, Señora Mía!!! ¡¡¡Como se abren caminos santos cuando nos dejamos llevar por ti!!!

Así, aferrada a ti, te sigo hasta muy cerquita de una mujer de triste mirada... Esa mirada que tiene una mama cuando un hijo no esta bien, sea cual sea el problema. Es la cananea. Pasa por aquí, quizás va a buscar agua o comida... Ve la gente que habla y se acerca. Su dolor le pesa en el alma.

- Presta atención, hija, - me susurras dulcemente, Madrecita...

Alguien habla de Jesús, de sus palabras, de sus enseñanzas, de sus milagros... Los ojos de la cananea parecen llenarse de luz.

No alcanzo a divisar a quien habla, ni a escuchar lo que dice, pero, en cambio, puedo ver el rostro de la cananea.

- Mira cómo cambia la mirada de ella, Madre- te digo como buscando tu respuesta

- ¿Sabes que es ese brillo que va creciendo en sus ojos? Es la luz de la esperanza. Una esperanza profunda y una fe incipiente que, como lluvia serena en tierra árida, va haciendo florecer su alma. Dime, qué piensas de esto.

- Pues... que me alegro por ella.

- Esta bien hija, que te alegres por ella, pero si te explico esto, es también para que comprendas algo. Te alegras por esa mama, pero nada me has dicho de quien estaba hablando de Jesús.

- No te entiendo, Madre

- Hija ¿Cómo iba a conocer a mi Hijo esa sencilla mujer si esa persona no hubiese hablado de Él? Lee con atención nuevamente el pasaje del Evangelio, "habiendo oído hablar de Él, vino a postrarse a sus pies..." habiendo oído, hija mía, habiendo oído...

Te quedas en silencio, Madre, y abres un espacio para que pueda volver, con mi corazón, a muchos momentos en los que mi hermano tenía necesidad de escuchar acerca de tu Hijo, acerca de ti... y yo les devolví silencio, porque estaba apurada, porque tenía cosas que hacer.

Trato de imaginar, por un momento, como fue aquel "habiendo oído". Cuáles fueron los gestos y el tono de voz de quien habló, cuáles fueron sus palabras y la fuerza profunda de su propia convicción. Cómo la fe que inundaba su corazón se desbordó hacia otros corazones, llegando hasta uno tan sediento como el de la cananea.

¡Bendito sea quien haya estado hablando de tal manera! los Evangelios no recogen su nombre pero sí recogen su fruto, el fruto de una siembra que alcanzó el milagro.
¡Dame, Madre, una fe que desborde mi alma y así, llegue al corazón de mi hermano!

De pronto, veo que la cananea va corriendo a la casa donde Jesús quería permanecer oculto... Tu mirada, Madre, y la de ella se encuentran. Es un dialogo profundo, de Mamá a mamá...

Entonces, con esa fuerza y ese amor que siente el corazón de una madre, la mujer cananea suplica por su hija. Jesús le pone un obstáculo, pero este no es suficiente para derribar su fe....

Ella implora desde y hasta el fondo de su alma... Todo su ser es una súplica, pero una súplica llena de confianza.

Entonces, María, entonces mi corazón ve el milagro, un milagro que antes no había notado... un milagro que sucede un instante antes de que Jesús pronuncie las esperadas palabras...

El milagro de la fe de una mamá...

Aprieto tu mano, María Santísima y te digo vacilante:

- Madre, estoy viendo algo que antes no había visto...

- ¿Qué ves ahora, hija?

- Pues... que Jesús no le dice a esa mujer que cura a su hija por lo que su hija es, por lo que ha hecho, por los méritos que ha alcanzado, ni nada de eso. Jesús hace el milagro por la fe de la madre.

- Así es, hija, es la fe de la madre la que ha llegado al Corazón de Jesús y ha alcanzado el milagro la fe de la madre. Debes aprender a orar como ella.

- Enséñame, Madre, enséñame

- La oración de la cananea tiene dos partes. La súplica inicial, la súplica que nace por el dolor de su hija, ese pedido de auxilio que nace en su corazón doliente. Pero su oración no termina allí. Jesús le pone una especie de pared delante.

- Así es Madre, si yo hubiese estado en su lugar quizás esa pared hubiera detenido el camino de mi oración...

- No si hubieses venido caminando conmigo. Pero sigamos. Jesús le pone una pared que ella ve y acepta... y así, postrada a los pies del Maestro su fe da un salto tal que le hace decir a Jesús "¡Anda! Por lo que has dicho, el demonio ha salido de tu hija". Ese salto de su fe es esa oración que persevera confiada a pesar de que las apariencias exteriores la muestren como "inútil" "para qué insistir"... por tanto, hija, te digo que no condiciones tu oración a actitudes de otras personas...

-¿Cómo es esto Madre?

- Cuando hagas oración por alguien, no esperes que esa persona ponga de sí "algo" para alcanzar el milagro. Tú continúa con tu oración, que los milagros se alcanzan por la fe de quien los pide más que por los méritos del destinatario. Suplica para ti esa fe, una fe que salta paredes, una fe que no se deja vencer por las dificultades, una fe como la de la cananea...

Y vienen a mis recuerdos otras personas que han vivido lo mismo... desde Jairo (Mt 9,18; Mc 5,36; Lc 8,50) o ese pobre hombre que pedía por su hijo (Mt 17,15 Mc 9,24) hasta Santa Mónica, suplicando tanto por su Agustín... y alcanzando milagros insospechados, pues ella solo pedía su conversión y terminó su hijo siendo no solo santo sino Doctor de la Iglesia...

Las oraciones de una mamá.

La fe de una mamá.

Te abrazo en silencio, Madre y te suplico abraces a todas las mamás del mundo y les alcances la gracia de una fe como la de la cananea, esa fe que salta paredes y se torna en milagro.

NOTA de la autora: "Estos relatos sobre María Santísima han nacido en mi corazón por el amor que siento por Ella, basados en lo que he leído. Pero no debe pensarse que estos relatos sean consecuencia de revelaciones o visiones o nada que se le parezca. El mismo relato habla de "Cerrar los ojos y verla" o expresiones parecidas que aluden exclusivamente a mi imaginación, sin intervención sobrenatural alguna.
Autor: Susana Ratero

viernes, 25 de enero de 2013

Somos como somos, y preferimos pensar en lo que Dios nos pide, para acto seguido entristecernos porque no se lo damos

Parroquia de Nuestra Señora de Los Arroyos (EDITORIAL)

LO QUE DIOS NO NOS PIDE
Hablamos poco de ello. Somos como somos, y preferimos pensar en lo que Dios nos pide, para acto seguido entristecernos porque no se lo damos. Pero apenas reparamos en una serie de hazañas
que Dios nunca nos pidió, y que a menudo nos empeñamos en acometer... ¿Por qué? ¡Vaya usted a saber! Por de pronto, ahí les dejo algunos ejemplos, que ojalá sirvan para aliviar conciencias
afligidas o, al menos, para ahorrarles algún esfuerzo inútil:
- Dios no nos pide que tengamos contento a todo el mundo. Él siendo Dios, tiene a media Humanidad en contra, ¿y se siente usted culpable por no poder agradar a todos?
- Dios no nos pide que nos sintamos siempre bien. Él mismo, cuando vino a esta tierra, sintió “pavor y angustia”... ¿Por qué cree usted que debe sentirse siempre como recién levantado de la
cama tras ocho horas de sueño en un día de euforia?
- Dios no nos pide que sintamos simpatía por todos los que nos rodean. Recuérdelo bien: no peca usted si alguien le cae “como una patada en las narices”... Eso sí, no olvide que ese “alguien”
es hijo de Dios, y procure que no lo note. Sonría.
- Dios no nos pide que digamos siempre “sí”. Él mismo dijo “no” a los fariseos que le pedían una señal y calló ante el mal ladrón cuando le pedía que lo bajase de la cruz.
- Dios no nos pide que hagamos un número determinado de cosas a lo largo del día; ni siquiera nos pide que acabemos todas las tareas que nos hemos programado. Tan sólo nos pide que no
perdamos el tiempo.
- Dios no nos pide que vayamos corriendo a todas partes, ni que tengamos por urgentes todas las cosas. Él tardó tres días en ir a curar a su amigo Lázaro cuando éste agonizaba.
- Dios no nos pide que resolvamos todos los problemas de quienes están a nuestro alrededor. Él, que era Dios, dejó en la tierra a multitud de enfermos sin curar... ¿Y quiere usted arreglar la vida de todo el mundo? No olvidemos que también nosotros somos pobres.
- Dios no nos pide que tengamos un cuerpo perfecto de medidas perfectas. Tan sólo que no dañemos innecesariamente nuestra salud. Ni el footing ni la dieta están en el decálogo. Puede
entregarse a ello si le gusta, pero no peca usted si se come un pastel o si no sale a correr por las mañanas; recuérdelo.
- Dios no nos pide que recemos siempre al borde del éxtasis. La sequedad en la vida espiritual no es pecado. Lo que nos pide es que, en consuelo o en desconsuelo, no restemos un minuto a la
oración.
- Dios no nos pide que acertemos siempre. Nos pide que busquemos de corazón lo mejor, y que seamos humildes cuando nos equivocamos.
... Bueno. Basta por ahora. Sirvan estos ejemplos para dejar claro que, si anda usted afanado en cualquiera de estas tareas, no debe echarle a Dios la culpa de sus angustias. Puede usted abandonar
cualquiera de estos retos, y le aseguro que Dios no se enfadará por ello. Respire tranquilo.
Hablamos poco de ello. Somos como somos, y preferimos pensar en lo que Dios nos pide, para acto seguido entristecernos porque no se lo damos. Pero apenas reparamos en una serie de hazañas
que Dios nunca nos pidió, y que a menudo nos empeñamos en acometer... ¿Por qué? ¡Vaya usted a saber! Por de pronto, ahí les dejo algunos ejemplos, que ojalá sirvan para aliviar conciencias
... afligidas o, al menos, para ahorrarles algún esfuerzo inútil:
- Dios no nos pide que tengamos contento a todo el mundo. Él siendo Dios, tiene a media Humanidad en contra, ¿y se siente usted culpable por no poder agradar a todos?
- Dios no nos pide que nos sintamos siempre bien. Él mismo, cuando vino a esta tierra, sintió “pavor y angustia”... ¿Por qué cree usted que debe sentirse siempre como recién levantado de la
cama tras ocho horas de sueño en un día de euforia?
- Dios no nos pide que sintamos simpatía por todos los que nos rodean. Recuérdelo bien: no peca usted si alguien le cae “como una patada en las narices”... Eso sí, no olvide que ese “alguien”
es hijo de Dios, y procure que no lo note. Sonría.
- Dios no nos pide que digamos siempre “sí”. Él mismo dijo “no” a los fariseos que le pedían una señal y calló ante el mal ladrón cuando le pedía que lo bajase de la cruz.
- Dios no nos pide que hagamos un número determinado de cosas a lo largo del día; ni siquiera nos pide que acabemos todas las tareas que nos hemos programado. Tan sólo nos pide que no
perdamos el tiempo.
- Dios no nos pide que vayamos corriendo a todas partes, ni que tengamos por urgentes todas las cosas. Él tardó tres días en ir a curar a su amigo Lázaro cuando éste agonizaba.
- Dios no nos pide que resolvamos todos los problemas de quienes están a nuestro alrededor. Él, que era Dios, dejó en la tierra a multitud de enfermos sin curar... ¿Y quiere usted arreglar la vida de todo el mundo? No olvidemos que también nosotros somos pobres.
- Dios no nos pide que tengamos un cuerpo perfecto de medidas perfectas. Tan sólo que no dañemos innecesariamente nuestra salud. Ni el footing ni la dieta están en el decálogo. Puede
entregarse a ello si le gusta, pero no peca usted si se come un pastel o si no sale a correr por las mañanas; recuérdelo.
- Dios no nos pide que recemos siempre al borde del éxtasis. La sequedad en la vida espiritual no es pecado. Lo que nos pide es que, en consuelo o en desconsuelo, no restemos un minuto a la
oración.
- Dios no nos pide que acertemos siempre. Nos pide que busquemos de corazón lo mejor, y que seamos humildes cuando nos equivocamos.
... Bueno. Basta por ahora. Sirvan estos ejemplos para dejar claro que, si anda usted afanado en cualquiera de estas tareas, no debe echarle a Dios la culpa de sus angustias. Puede usted abandonar
cualquiera de estos retos, y le aseguro que Dios no se enfadará por ello. Respire tranquilo.
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Hablamos poco de ello. Somos como somos, y preferimos pensar en lo que Dios nos pide, para acto seguido entristecernos porque no se lo damos. Pero apenas reparamos en una serie de hazañas
que Dios nunca nos pidió, y que a menudo nos empeñamos en acometer... ¿Por qué? ¡Vaya usted a saber! Por de pronto, ahí les dejo algunos ejemplos, que ojalá sirvan para aliviar conciencias
... afligidas o, al menos, para ahorrarles algún esfuerzo inútil:
- Dios no nos pide que tengamos contento a todo el mundo. Él siendo Dios, tiene a media Humanidad en contra, ¿y se siente usted culpable por no poder agradar a todos?
- Dios no nos pide que nos sintamos siempre bien. Él mismo, cuando vino a esta tierra, sintió “pavor y angustia”... ¿Por qué cree usted que debe sentirse siempre como recién levantado de la
cama tras ocho horas de sueño en un día de euforia?
- Dios no nos pide que sintamos simpatía por todos los que nos rodean. Recuérdelo bien: no peca usted si alguien le cae “como una patada en las narices”... Eso sí, no olvide que ese “alguien”
es hijo de Dios, y procure que no lo note. Sonría.
- Dios no nos pide que digamos siempre “sí”. Él mismo dijo “no” a los fariseos que le pedían una señal y calló ante el mal ladrón cuando le pedía que lo bajase de la cruz.
- Dios no nos pide que hagamos un número determinado de cosas a lo largo del día; ni siquiera nos pide que acabemos todas las tareas que nos hemos programado. Tan sólo nos pide que no
perdamos el tiempo.
- Dios no nos pide que vayamos corriendo a todas partes, ni que tengamos por urgentes todas las cosas. Él tardó tres días en ir a curar a su amigo Lázaro cuando éste agonizaba.
- Dios no nos pide que resolvamos todos los problemas de quienes están a nuestro alrededor. Él, que era Dios, dejó en la tierra a multitud de enfermos sin curar... ¿Y quiere usted arreglar la vida de todo el mundo? No olvidemos que también nosotros somos pobres.
- Dios no nos pide que tengamos un cuerpo perfecto de medidas perfectas. Tan sólo que no dañemos innecesariamente nuestra salud. Ni el footing ni la dieta están en el decálogo. Puede
entregarse a ello si le gusta, pero no peca usted si se come un pastel o si no sale a correr por las mañanas; recuérdelo.
- Dios no nos pide que recemos siempre al borde del éxtasis. La sequedad en la vida espiritual no es pecado. Lo que nos pide es que, en consuelo o en desconsuelo, no restemos un minuto a la
oración.
- Dios no nos pide que acertemos siempre. Nos pide que busquemos de corazón lo mejor, y que seamos humildes cuando nos equivocamos.
... Bueno. Basta por ahora. Sirvan estos ejemplos para dejar claro que, si anda usted afanado en cualquiera de estas tareas, no debe echarle a Dios la culpa de sus angustias. Puede usted abandonar
cualquiera de estos retos, y le aseguro que Dios no se enfadará por ello. Respire tranquilo.

martes, 22 de enero de 2013

Cuando el vino se hace añejo...

Casi sin darnos cuenta, aunque los que nos rodean sí lo perciben, nos vamos tornando indiferentes, egoístas, resentidos, malhumorados... en una palabra: agrios.

Cuando el vino se hace añejo su sabor adquiere su total esplendidez.

Cuando el vino se hace añejo tiene la plenitud de su madurez.

Así es el vino de nuestra vida que empezó con uvas verdes y frescas, pero poco a poco se fue almacenando en nuestro corazón, poco a poco se fue llenando el ánfora de nuestra alma y dichosos serán los que permitan que ese vino alcance los bordes y llegue a derramarse para los demás.

Ese vino son nuestras vivencias, nuestros recuerdos, nuestra valiosa experiencia de la vida. Claro-oscuro de luces y sombras. Días luminosos, si la infancia fue feliz; días de adolescencia y juventud que nos dejaron un aroma de vino dulce y perfumado y otros recuerdos que son como una copa amarga que tuvimos que beber.

Así, en toda vida humana tenemos que gustar de una serie de acontecimientos tristes y gozosos que van tejiendo la urdimbre de nuestro existir y nos dejan el poso del vino reposado, dulce y noble o el poso de una amargura vivida. Los dos van a darle cuerpo y aroma a ese vino irrepetible de nuestro vivir.

Solemos ser buenos para el tiempo de alegría y bonanza, pero generalmente no sabemos o nos cuesta mucho comportarnos a la altura de las circunstancias cuando llega el tiempo de la prueba, el tiempo del dolor o del sacrificio. Y en el fondo es una cosa natural, pues el hombre fue hecho para la felicidad, para el amor, para la plenitud. Así fuimos creados, pero el mal se interpuso entre Dios y el hombre y nos llenó de malas inclinaciones y así supimos del dolor. Por eso en nuestro peregrinar por la tierra sabemos que tenemos que amalgamar alegrías y dolores, salud y enfermedad, contrariedades y dichas, éxitos y fracasos, todo como un buen vino añejado por el tiempo para darle de beber a los demás.

Un alma que no atesora, que pasa por la vida con la vaciedad de la inmadurez y del egoísmo, nunca podrá ser la fuente donde otras almas necesitadas y sedientas puedan apagar su sed.

Pero...cuando el vino se hace agrio...

Como tantas cosas en la vida encontramos que hay una contraparte o lo que pudiera ser "la otra cara de la moneda". Pues bien, no siempre el buen vino se mejora haciéndose añejo, también el vino bueno se echa a perder, se vuelve agrio... Según vamos avanzando en edad pudiera ser que algunas de las virtudes o las bondades de carácter que poseíamos se van debilitando y por el contrario los defectos casi incipientes que aparecían en nuestra personalidad van creciendo como la mala hierba.

Casi sin darnos cuenta, aunque los que nos rodean sí lo perciben, nos vamos tornando fríos, indiferentes, egoístas, necios, resentidos, malhumorados,... en una palabra: agrios.
Pasaron los años y aquel gracejo, aquel buen humor, aquella sonrisa fácil, aquella ternura ... se fueron apagando hasta que solo de vez en cuando surgen algunos destellos de todo aquel caudal que hacía que nuestro vino fuese agradable de paladear por su sabor dulce y fresco.

¿Por qué somos así? ¿Por qué dejamos que la rutina y la falta de entusiasmo nos atrape hasta irnos despojando de todo lo que nos hacía ser gratos como personas y compañeros? En el matrimonio, hermanos, hijos, padres, nietos y amistades.

Nuestro vino hemos de servirlo cuando está fresco o cuando se añejó por los años y la experiencia. El ánfora de nuestra alma está llena de ese vino, sirvámosle antes de que se haga agrio. Porque no solo se sirven vinos añejos cuando han pasado los años, también hay vinos que saben a jóvenes, frescos y dulces. Los que están en los albores de la vida también han de cuidar que este vino no pierda su calidad y se torne insípido, ese vino con el que brindan con sus padres, sus hermanos o amigos puede volverse agrio ¡cuidado!.

Según pasan los años el caudal de nuestra existencia se torna más rico, no lo guardemos para nosotros solos, seamos generosos. Siempre encontraremos el momento preciso para dar de ese vino, que se fue añejando, pero que siempre tendrá un sabor nuevo y fresco para el que lo beba. Misión importante para los que hemos acumulado años. Si sentimos que nuestro vino ya se añejó es porque es la hora de brindar con nuestros seres queridos y amigos, es la hora de salir en el atardecer dorado, al camino para ofrecer al joven caminante un vaso de ese vino.

El vino requiere de ciertos cuidados para estar en optimas condiciones: reposo, temperatura, etcétera y así, nosotros, debemos cuidar con esmero nuestras actitudes y trato para los demás y muy especialmente para los seres que amamos y que nos rodean. Porque también es cierto que algunos dan el buen vino a los de afuera y dejan el de menor calidad y a veces el ya muy agrio, para los de la casa.

No dejemos que nuestro vino se torne agrio, renovémosle cada día.

Hoy podemos pensar qué calidad de vino estamos ofreciendo a aquellos con los que convivimos. ¿Tiene aromas de recuerdos, tiene color y calor de ternura y comprensión, tiene fuerza y energía para consolar y guiar a quién lo necesite?¿Cumple en fin, su verdadera misión, dar grato sabor a los que nos aman, conocen y tratan?.

Todo, todo nuestro empeño ha de ser día con día, ofrecer el mejor vino de nuestra existencia y nunca dejar que ese vino bueno se llegue a agriar.
Autor: Ma Esther De Ariño

lunes, 21 de enero de 2013

Honduras, la familia y el perdón: Aprender a perdonar

:18 de enero de 2013

Etiquetas: devoción, Familia, Novena, perdón
Imagen del cartel de la conferencia sobre San Josemaría y el perdón.
Imagen del cartel de la conferencia sobre San Josemaría y el perdón.


Desde que apareció publicado el estudio de Jaime Cárdenas, Doctor en Derecho Canónico y Máster en Conflictología, en Romana sobre "San Josemaría, maestro de perdón", un grupo de profesionales jóvenes de Honduras se propusieron hacer llegar en vivo las enseñanzas de San Josemaría.

Después de varios meses de preparación, durante la primera semana de diciembre, lo que era una ilusión se convirtió en una realidad: Jaime Cárdenas ofreció la conferencia magistral “San Josemaría, maestro de perdón”, en el lanzamiento y difusión en Honduras de la Novena de la Familia a San Josemaría.

El día de la conferencia y el lanzamiento de la Novena comenzó con una entrevista a Jaime Cárdenas en un programa de televisión y en diaro El heraldo. Cárdenas destacó la importancia del perdón en la sociedad actual: “Es necesario y estamos invitados hoy en día como San Josemaría a afrontar las ofensas con las actitudes del cristiano transformado: hacer el propósito de no juzgar a los demás, de no ofender ni siquiera con la duda, de ahogar el mal en abundancia de bien”. A la vez, aseguró que quizás “hoy más que en otras épocas, al tratar de mostrar el verdadero rostro de Dios, es preciso subrayar que los testimonios de perdón tienen gran fuerza evangelizadora”.
"Los testimonios de perdón tienen gran fuerza evangelizadora", aseguró Cárdenas
Al hablar de las enseñanzas del Fundador del Opus Dei sobre el perdón y el amor a los demás, Cárdenas explicó que San Josemaría trasmitía a su alrededor una atmósfera de amor a los demás, de valorar a cada persona como hijo de Dios, como ser portador de un centro de dignidad que ni siquiera el pecado puede borrar”.

Ante la pregunta “¿cómo se aprende a perdonar?”, el conferenciante reflexionó sobre la caridad como fuente de perdón: “sería más propio decir que hay que aprender a querer, a amar: a Dios y, desde él, amar al prójimo, aunque ofenda. Si no se perdona, no se ama”.
Jaime Cárdenas, en un momento de su intervención.
Jaime Cárdenas, en un momento de su intervención.
 
En la celebración del acto, al que acudieron cerca de 600 personas, el conferenciante se dedicó con empeño a contestar las preguntas de los asistentes. La Novena de la Familia fue muy solicitada y se entregaron cientos de ellas a los asistentes. Esta misma experiencia se repitió en la ciudad de San Pedro Sula al día siguiente, donde asistieron más de 500 personas. Tanto los organizadores como el público asistente a los dos actos destacaron que las enseñanzas de San Josemaría como su intercesión tienen una repercusión que muchas veces es imposible valorar su alcance.

Aprender a perdonar
El marco de la conferencia, el lanzamiento de la Novena de la familia a San Josemaría, fue también tratado por Cárdenas, quien destacó que la familia es el lugar en donde "se aprende a perdonar y a conocer los entresijos de las relaciones humanas, porque es el núcleo de los actos de gratuidad y donde se aprende a amar verdaderamente y a vivir los valores como la cultura de la afabilidad, humildad, compresión y la caridad".

domingo, 20 de enero de 2013

Canción a la Luna. Aria de la ópera Rusalka (1901), de Antonín Dvořák (1841-1904)




Hay hechos extraordinarios en la vida de uno que, por algún curioso efecto, se olvidan, y se mantienen en ese olvido durante años.
En realidad, no se descubre que han sido extraordinarios hasta el momento en que, de improviso, uno recuerda, o se reencuentra con aquello olvidado.
Eso mismo me ha sucedido con la música de Dvorak. Su Sinfonía del nuevo mundo, fue un descubrimiento, el comienzo de mi interés por los clásicos; la culpable, también, de sumar un rasgo más de rareza al adolescente bastante raro que yo era entonces.
Porque lo de Dvorak fue verdadera pasión: durante aquella época compré todas las grabaciones de sus obras que pude, entusiasmado cada vez que encontraba su nombre en la carátula de algún cassette de saldo; leí todo lo que se había escrito sobre aquel aprendiz de carnicero que llegó a ser uno de los compositores más grandes de su tiempo, y más aún: hice porque me gustaran incluso aquellas obras que −no quería confesármelo a mí mismo− no me gustaban.
Pero aquello se fue enfriando, sobretodo a raíz de mi fracaso con las clases de violín; en realidad yo quería aprender viola, como Dvorak en su juventud, aunque supongo que igual me habría ido…
Pero hace unos meses me topé con esta tremenda Canción a la Luna, y el nombre de su autor destelló en mi memoria. En recuerdo del viejo amigo volví a escuchar su Stabat Mater, en uno de aquellos primeros y queridos CDs. Por supuesto, volvía a atrancarse a mitad del Inflammatus et accensus, como el primer día.
Y es que ciertas cosas mejor no moverlas, y lo bueno de esta luna es que sea luna nueva, aunque traiga viejas resonancias.

viernes, 18 de enero de 2013

Ésta es la ilusión de los cristianos de hoy

Vivamos en profundidad nuestra fe, no en la penumbra de nuestros templos sino iluminando este mundo en el que nos ha tocado vivir.
Se nos acaba el año litúrgico y los textos de la Escritura nos invitan a una seria reflexión para situarnos en nuestra verdadera posición de hombres limitados en el tiempo y en el espacio.

La vida se nos acaba, se nos termina. Pero estaríamos muy fuera de la verdad al juzgar que la Iglesia nos invita “al bien morir” cuando lo que desea es precisamente que nosotros nos acostumbremos “al bien vivir” pues a eso nos invita Cristo.

Ya los primeros cristianos vivían preocupados, mejor aún muy preocupados por la segunda venida al fin de los tiempos, pero San Pablo sale el encuentro de la dificultad, y los invitaba con fuertes palabras a dejar ya de ser los cristianos sumidos ciertamente en la esperanza pero al mismo tiempo en la inactividad: “A ustedes hermanos, ese día (el día de la aparición gloriosa de Cristo) no los tomará por sorpresa, como un ladrón, porque ustedes no viven en tinieblas, sino que son hijos de la luz y del día, no de la noche y de las tinieblas.

Por tanto, no vivamos dormidos, como los malos, antes bien, completamente despiertos y vivamos sobriamente”. Esa recomendación nos cabe como anillo al dedo a nosotros hombres del flamante siglo XXI para dejar de ser los cristianos “domingueros” que en su misa dominical parecen angelitos de la gloria, con sus sus bracitos cruzados, sus ojitos hacia arriba, que dan profundos suspiros, que a veces abren su boquita para la comunión, pero que al final se despabilan, casi se sacuden el polvo y la oscuridad de la Iglesia, y se dedican a darle vuelo a la hilacha, despreocupados de su destino final, y ocupados profundamente en los asuntos de este mundo, en sacarle el mayor jugo a la diversión y no demasiado ocupados en el trabajo, que se considera como un mal necesario.

Hoy tendríamos que escuchar la voz del Papa Benedicto XVI en la convocación para el Año de la fe: “Habrá que intensificar la reflexión sobre la fe para ayudar a todos los creyentes en Cristo a que su adhesión al Evangelio sea más consciente y vigorosa, sobre todo en un momento de profundo cambio como el que la humanidad está viviendo. Tendremos la oportunidad de confesar la fe en el Señor Resucitado en nuestras catedrales e iglesias de todo el mundo; en nuestras casas y con nuestras familias, para que cada uno sienta con fuerza la exigencia de conocer y transmitir mejor a las generaciones futuras la fe de siempre. En este Año, las comunidades religiosas, así como las parroquiales, y todas las realidades eclesiales antiguas y nuevas, encontrarán la manera de profesar públicamente el Credo”.

Esa es entonces la ilusión, que los cristianos de hoy, vivamos en profundidad nuestra fe, pero no en la penumbra de nuestros templos sino iluminando este mundo en el que nos desarrollamos y en el que nos ha tocado vivir para que la luz de Cristo resplandezca verdaderamente haciéndolo brillar en su Resurrección, después de haber pasado nosotros mismos por el camino de la cruz, de la entrega y de la fidelidad. Esto es precisamente lo que Cristo nos anuncia con la parábola del amo que al irse de viaje a un país lejano, quiso dejar a sus tres servidores una fortuna para que la trabajaran hasta su regreso. Dos de ellos, según su capacidad, doblaron la cantidad, pero un tercero, temeroso, tímido quizá o a lo mejor hasta flojo, fue y escondió el dinero bajo tierra, hasta que volviera el patrón. Y su castigo fue ejemplar, pues no fue capaz ni siquiera de meter el dinero al banco para que hubiera producido sus intereses.

No escatimemos pues nuestro esfuerzo para que nuestra fe ilumine los hogares con un amor que se vea y se sienta entre dos esposos que se aman, en el trabajo con un trato de persona a persona donde cada uno mire con responsabilidad por la empresa de la que todos comen, y en nuestra relación con los demás, como una comunidad de hermanos que caminan no hacia el final de esta vida, sino al encuentro con la paz, la alegría y el verdadero descanso eterno.

¿Qué puedo hacer yo? Octavario por la unidad de los cristianos, durante la semana del 18 al 25 de enero

La Iglesia propone a los cristianos una oración más intensa en el Octavario por la unidad de los cristianos, durante la semana del 18 al 25 de enero, fiesta de la Conversión de San Pablo.


Con el mismo espíritu
Imagen de un encuentro ecuménico de oración por la unidad de los cristianos en Roma. 25 de enero de 2010
Imagen de un encuentro ecuménico de oración por la unidad de los cristianos en Roma. 25 de enero de 2010
Pide a Dios que en la Iglesia Santa, nuestra Madre, los corazones de todos, como en la primitiva cristiandad, sean un mismo corazón, para que hasta el final de los siglos se cumplan de verdad las palabras de la Escritura: “multitudinis autem credentium erat cor unum et anima una —la multitud de los fieles tenía un solo corazón y una sola alma.
—Te hablo muy seriamente: que por ti no se lesione esta unidad santa. ¡Llévalo a tu oración!
Forja, 632

Ofrece la oración, la expiación y la acción
por esta finalidad: «ut sint unum!» –para que todos los cristianos
tengamos una misma voluntad, un mismo corazón, un mismo
espíritu: para que «omnes cum Petro ad Iesum per Mariam!» –que
todos, bien unidos al Papa, vayamos a Jesús, por María.
Forja, 647

Cuídame tu oración diaria por esta intención: que todos los católicos seamos fieles, que nos decidamos a luchar para ser santos.
—¡Es lógico!, ¿qué vamos a desear para los que queremos, para los que están atados a nosotros por la fuerte atadura de la fe?
Forja, 925

Habla Jesús: "Así os digo yo: pedid, y se os dará; buscad, y hallaréis; llamad, y se os abrirá". Haz oración. ¿En qué negocio humano te pueden dar más seguridades de éxito?
Camino, 96

Agrandar el corazón
Fresco de San Pedro y San Pablo. Monasterio del Monte Athos.
Fresco de San Pedro y San Pablo. Monasterio del Monte Athos.
Venero con todas mis fuerzas la Roma de Pedro y de Pablo, bañada por la sangre de los mártires, centro de donde tantos han salido para propagar en el mundo entero la palabra salvadora de Cristo. Ser romano no entraña ninguna muestra de particularismo, sino de ecumenismo auténtico; supone el deseo de agrandar el corazón, de abrirlo a todos con las ansias redentoras de Cristo, que a todos busca y a todos acoge, porque a todos ha amado primero.
Amar a la Iglesia, 28

La efusión del Espíritu Santo, al cristificarnos, nos lleva a que nos reconozcamos hijos de Dios. El Paráclito, que es caridad, nos enseña a fundir con esa virtud toda nuestra vida; y consummati in unum, hechos una sola cosa con Cristo, podemos ser entre los hombres lo que San Agustín afirma de la Eucaristía: signo de unidad, vínculo del Amor.
Es Cristo que pasa, 87

Vivir la unidad
¡Con qué acentos maravillosos ha hablado Nuestro Señor de esta doctrina! Multiplica las palabras y las imágenes, para que lo entendamos, para que quede grabada en nuestra alma esa pasión por la unidad. Yo soy la verdadera vid y mi Padre es el labrador. Todo sarmiento que en mí no lleva fruto, lo cortará; y a todo aquel que diere fruto, lo podará para que dé más fruto... Permaneced en mí, que yo permaneceré en vosotros. Al modo que el sarmiento no puede de suyo producir fruto si no está unido con la vid, así tampoco vosotros, si no estáis unidos conmigo. Yo soy la vid, vosotros los sarmientos; quien está unido conmigo y yo con él, ése da mucho fruto, porque sin mí nada podéis hacer (Jn XV, 1-5).
Amar a la Iglesia
, 20

Es necesario actualizar esa fraternidad que tan hondamente vivían los primeros cristianos
Forma parte esencial del espíritu cristiano no sólo vivir en unión con la Jerarquía ordinaria —Romano Pontífice y Episcopado—, sino también sentir la unidad con los demás hermanos en la fe. Desde muy antiguo he pensado que uno de los mayores males de la Iglesia en estos tiempos, es el desconocimiento que muchos católicos tienen de lo que hacen y opinan los católicos de otros países o de otros ámbitos sociales. Es necesario actualizar esa fraternidad, que tan hondamente vivían los primeros cristianos. Así nos sentiremos unidos, amando al mismo tiempo la variedad de las vocaciones personales; y se evitarán no pocos juicios injustos y ofensivos, que determinados pequeños grupos propagan —en nombre del catolicismo—, en contra de sus hermanos en la fe, que obran en realidad rectamente y con sacrificio, atendidas las circunstancias particulares de su país.
Conversaciones, 61

San Josemaría durante un encuentro con amigos de la Universidad de Navarra. Pamplona. 1967
San Josemaría durante un encuentro con amigos de la Universidad de Navarra. Pamplona. 1967
Te pasmaba que aprobara la falta de "uniformidad" en ese apostolado donde tú trabajas. Y te dije:
Unidad y variedad. —Habéis de ser tan varios, como variados son los santos del cielo, que cada uno tiene sus notas personales especialísimas. —Y, también, tan conformes unos con otros como los santos, que no serían santos si cada uno de ellos no se hubiera identificado con Cristo.
Camino, 947


Llevo todo el día en el corazón, en la cabeza y en los labios una jaculatoria: ¡Roma!
Para tantos momentos de la historia, que el diablo se encarga de repetir, me parecía una consideración muy acertada aquella que me escribías sobre lealtad: “llevo todo el día en el corazón, en la cabeza y en los labios una jaculatoria: ¡Roma!”
Surco, 344

Quiero recordaros las palabras que nos propone San Cipriano: se nos presenta la Iglesia universal como un pueblo que obtiene su unidad a partir de la unidad del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.
Amar a la Iglesia, 1

Con la ayuda mutua
Piensa en tu Madre la Iglesia Santa, y considera que, si un miembro se resiente, todo el cuerpo se resiente.
—Tu cuerpo necesita de cada uno de los miembros, pero cada uno de los miembros necesita del cuerpo entero. —¡Ay, si mi mano dejara de cumplir su deber..., o si dejara de latir el corazón!
Forja, 471

Tendrás más facilidad para cumplir tu deber al pensar en la ayuda que te prestan tus hermanos y en la que dejas de prestarles, si no eres fiel.
Camino, 549

El punto de referencia: Pedro
El amor al Romano Pontífice ha de ser en nosotros un hermosa pasión, porque en él vemos a Cristo
No existe otra Iglesia Católica, sino la que, edificada sobre el único Pedro, se levanta por la unidad de la fe y por la caridad en un solo cuerpo conexo y compacto. Contribuimos a hacer más evidente esa apostolicidad, a los ojos de todos, manifestando con exquisita fidelidad la unión con el Papa, que es unión con Pedro. El amor al Romano Pontífice ha de ser en nosotros un hermosa pasión, porque en él vemos a Cristo. Si tratamos al Señor en la oración, caminaremos con la mirada despejada que nos permita distinguir, también en los acontecimientos que a veces no entendemos o que nos producen llanto o dolor, la acción del Espíritu Santo.
Amar a la Iglesia, 30

miércoles, 16 de enero de 2013

Un nuevo mediterráneo


Esperanza Aguirre Fernando Vicente
El hecho es que la expresidenta de la Comunidad de Madrid, una vez más, ha hecho declaraciones que además de descubrir un nuevo mediterráneo son, como las verdades del barquero, poco habituales aunque llenas de sentido común. Doña Espe ha dicho que propondrá al PP de Madrid, que ella preside, «que no pueda ir a un cargo público ni a un escaño ni a un puesto directivo importante alguien que no haya cotizado a la Seguridad Social en otra cosa, que no haya sido autónomo, empresario, que no haya hecho cosa distinta en su vida»; ella misma ha añadido que la idea no es suya, que simplemente se hace eco de una propuesta reciente de otro ex de Madrid, Joaquín Leguina, para el PSOE.
No negaré que ambos personajes, Aguirre y Leguina, me caen bien. Sin caer en las adhesiones incondicionales que no van conmigo, tienen un no sé qué que me gusta: dicen lo que piensan y, lo que es mejor, piensan y piensan solos.
La desafección galopante de la gente normal hacia la clase política en España tiene, sin duda, muchos componentes. Un punto negro clave es la falta de preparación para ser político y el hecho, cada vez más frecuente, de no haber tenido nunca que sudar una nómina.
No solamente no hay escuelas específicas para dedicarse a la cosa pública sino, que de hecho, lo más eficaz es desde pequeñito dedicarse a medrar en los partidos, no acabar ni los estudios -ni falta que les hace- y, en base a codazos o simplemente a ser mamporreros de un jefe, esperar al coche oficial. Dado que al final el aval es por unas siglas hay que cobijarse en ellas y, a partir de ahí, cual muerto de hambre en potencia uno es totalmente dependiente del que le manda y confecciona las listas. Ojala la idea del dúo Leguina-Aguirre triunfe, con unas cuantas más cambiamos el panorama.

viernes, 4 de enero de 2013

Oro, incienso y mirra dones que tienen un significado profundo


 Los Magos no son los últimos, sino los primeros que saben reconocer el mensaje de la estrella.
Autor: SS Benedicto XVI
Los Magos, maestros de humildad
No confiaron sólo en su propia sabiduría

Los Magos fueron los primeros de la larguísima fila de aquellos que han sabido encontrar a Cristo en su propia vida y que han conseguido llegar a Aquel que es la luz del mundo, porque tuvieron humildad y no confiaron sólo en su propia sabiduría.

A Belén, no los poderosos y los reyes de la tierra, sino unos Magos, personajes desconocidos, quizás vistos con sospecha, en todo caso indignos de particular atención.

Estos personajes procedentes de Oriente no son los últimos, sino los primeros de la gran procesión de aquellos que, a través de todas las épocas de la historia, saben reconocer el mensaje de la estrella, saben caminar por los caminos indicados por la Sagrada Escritura y saben encontrar, así, a Aquél que es aparentemente débil y frágil, pero que en cambio es capaz de dar la alegría más grande y más profunda al corazón del hombre.

En Él, de hecho, se manifiesta la realidad estupenda de que Dios nos conoce y está cerca de nosotros, de que su grandeza y poder no se expresan en la lógica del mundo, sino en la lógica de un niño inerme, cuya fuerza es sólo la del amor que se nos confía.

Los dones de los Magos, acto de justicia

Los Magos llevaron en regalo a Jesús oro, incienso e mirra. "No son ciertamente dones que respondan a necesidades primarias", en aquel momento la Sagrada Familia habría tenido ciertamente mucha más necesidad de algo distinto que el incienso y la mirra, y tampoco el oro podía serle inmediatamente útil.

Estos dones, sin embargo, tienen un significado profundo: son un acto de justicia.

Según la mentalidad oriental, representan el reconocimiento de una persona como Dios y Rey: es decir, son un acto de sumisión.

La consecuencia que deriva de ello es inmediata. Los Magos no pueden ya proseguir por su camino. Han sido llevados para siempre al camino del Niño, la que les hará desentenderse de los grandes y los poderosos de este mundo y les llevará a Aquel que nos espera entre los pobres, el camino del amor que por sí solo puede transformar el mundo.

No sólo, por tanto, los Magos se han puesto en camino, sino que desde aquel acto ha comenzado algo nuevo, se ha trazado una nueva vía, ha bajado al mundo una nueva luz que no se ha apagado.

Esa luz, no puede ya ser ignorada en el mundo: los hombres se moverán hacia aquel Niño y serán iluminados por la alegría que solo Él sabe dar.

La importancia de la humildad

Sin embargo, aunque los pocos de Belén que reconocieron al Mesías se han convertido en muchos a lo largo de la historia, los creyentes en Jesucristo parecen ser siempre pocos.

Muchos han visto la estrella, pero son pocos los que han entendido su mensaje.

¿Cuál es la razón por las que unos ven y encuentren, y otros no? ¿Qué es lo que abre los ojos y el corazón? ¿Qué les falta a aquellos que permanecen indiferentes, a aquellos que indican el camino pero no se mueven?

El obstáculo que lo impide, es la demasiada seguridad en sí mismos, la pretensión de conocer perfectamente la realidad, la presunción de haber ya formulado un juicio definitivo sobre las cosas volviendo cerrados e insensibles sus corazones a la novedad de Dios.

Lo que falta es la humildad auténtica, que sabe someterse a lo que es más grande, pero también el auténtico valor, que lleva a creer a lo que es verdaderamente grande, aunque se manifieste en un Niño inerme.

Falta la capacidad evangélica de ser niños en el corazón, de asombrarse, y de salir de sí para encaminarse en el camino que indica la estrella, el camino de Dios.

El Señor sin embargo tiene el poder de hacernos capaces de ver y de salvarnos,

Pido a Dios que nos de un corazón sabio e inocente, que nos consienta ver la estrella de su misericordia, nos encamine en su camino, para encontrarle y ser inundados por la gran luz y por la verdadera alegría que él ha traído a este mundo.

Benedicto XVI, Solemnidad de la Epifanía del Señor