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jueves, 30 de agosto de 2012

-«Pero ¿cómo?... ¡Es de ónix! ¡Qué pieza tan hermosa!»

En la vitrina de una habitación de la Sede Central del Opus Dei en Roma, entre regalos y viejos recuerdos de familia, aparece una vulgar taza desportillada con un roto grande, triangular, en su borde. Tampoco tiene asa.

Fue el Padre quien decidió colocarla en este lugar preferente. La vio, por primera vez, una mañana del verano de 1956 en París. Un grupo de miembros de la Obra llevaba adelante los comienzos del Opus Dei en Francia, y el Fundador recaló unos días entre sus hijos. Acababa de celebrarles la Santa Misa. No tuvieron problemas para preparar el desayuno porque las necesidades de Monseñor Escrivá de Balaguer se cubrían con un poco de café con leche, sin azúcar, y pan. El problema surgió con la vajilla: era muy pobre y una de las tazas estaba deteriorada. Fue necesario utilizarla cubriendo hábilmente los desperfectos con la servilleta. Pero coincidió que el Padre fue a sentarse precisamente ante ella. Y le regocijó beber su café con leche en aquel cacharro; le hizo feliz participar de la pobreza de aquellos hijos suyos. Después del refrigerio les ayudó a lavar los utensilios como en los tiempos de Residencia en la calle Ferraz de Madrid, y quiso llevarse a Roma aquella taza rota, como recuerdo y testimonio.

Un día llegó a Villa Tevere un Cardenal italiano. Al entrar en el salón en que había sido instalada la vitrina se fijó, sorprendido, en aquella pieza de vajilla. Y suponiendo que estaría allí a causa de un valor material poco evidente, preguntó:

-«Pero ¿cómo?... ¡Es de ónix! ¡Qué pieza tan hermosa!»

El Fundador le respondió:

-«Usted cree que es de ónix, y es de cielo, porque es una manifestación maravillosa de la pobreza que vivimos en el Opus Dei con mucha alegría, con mucho amor»

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