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miércoles, 8 de agosto de 2012

LOS MÁRTIRES INGLESES



Hay en la Historia de la Iglesia una página brillante por demás: es la que escribieron con su sangre los mártires ingleses. ¿Quiénes fueron esos héroes insignes?...

Hay en la Historia de la Iglesia una página brillante por demás: es la que escribieron con su sangre los Mártires Ingleses. ¿Quiénes fueron esos héroes insignes?...

El protestantismo inglés nació -¡qué cosa más triste!- de un adulterio. El rey Enrique VIII fue un gran defensor de la fe católica cuando surgió la herejía de Lutero. Pero se empeñó en divorciarse de su esposa legítima para casarse con otra, y después con otra y otra..., hasta tener sus célebres seis mujeres. Como el Papa, fiel al Evangelio de Jesucristo, se negó a reconocer la nulidad del matrimonio, el rey se separó de la Iglesia. Ahí empezó todo.

Su hija Isabel, habida de la segunda mujer, consumó la separación de la iglesia de Inglaterra y se declaró cabeza de la misma, prescindiendo en absoluto del Papa. Quien no reconocía la supremacía de la reina sobre el Vicario de Jesucristo se constituía reo de esa majestad y era condenado a muerte en la horca, precedida siempre de cárcel terrible, de procesos inacabables, y de torturas espantosas.

Para preservar su fe, muchos católicos emigraron de Inglaterra, constituyeron colonias especiales, y los jóvenes se formaban en seminarios extranjeros para volver a su tierra disfrazados de comerciantes, de profesionales o de soldados y mantener la fe católica a costa de todo

Los sacerdotes tenían que abandonar la isla en el espacio de cuarenta días, y los jóvenes que se preparaban para el sacerdocio en el extranjero deberían regresar en el período de seis meses y prestar juramento de fidelidad a la reina como cabeza del Estado y de la Iglesia. Si no lo hacían, eran declarados traidores y condenados a muerte.

¿Y los seglares? No podían tener escondidos en su casa a los sacerdotes. Quienes los ocultaban o permitían en sus casas la celebración de la Misa eran entregados a las autoridades y condenados con los mismos sacerdotes.

El sacerdote apóstata Knox se cebó de tal modo contra la celebración de la Misa, que consiguió del Parlamento escocés aprobara esta norma:
- Nadie puede celebrar Misa, ni los fieles la pueden oír ni estar presentes en ella bajo pena de confiscación de todos sus bienes y el castigo corporal a discreción de los magistrados.
Y daba su increíble razón:
- Una Misa me da más miedo que diez mil enemigos armados que desembarcaran en cualquier parte del reino.

¿Cómo respondieron los católicos? Fueron 237 los sacerdotes y religiosos procesados y condenados a muerte, y 79 los seglares que sufrieron el martirio por haber ocultado en sus casas a los sacerdotes y permitido en ellas la celebración de la Eucaristía.

La sabia Inglaterra fue astuta en la persecución. No le interesaban los mártires, sino los apóstatas. El caso era implantar definitivamente el protestantismo y hacerlo sumiso a la Corona, separando de Roma a la iglesia nacional.

Si nos fijamos ahora especialmente en los mártires seglares, nos encontramos con ejemplos hermosísimos. Y su martirio revestía heroísmo muy especial, porque detrás quedaban esposa o esposo e hijos. Sin embargo, se habían comprometido con Jesucristo y su Iglesia, y llevaban las consecuencias hasta el fin.

Ana Line, ya delante de la horca, dice a la muchedumbre, congregada para presenciar el espectáculo:
- Me han condenado por recibir en mi casa a sacerdotes. Ojalá en vez de uno pudiera haber recibido a miles. ¡Y no me arrepiento por lo que he hecho!

Margarita Clitheroe fue también una valiente cuando se encontró frente al cadalso, y arengó a los asistentes:
- Este camino hasta el Cielo es corto, muy corto...

Margarita Ward, descubierta como encubridora de otro sacerdote, fue tentada de mil maneras por los jueces para que se pasara a la iglesia protestante, pero la palabra final que le mereció la horca fue contundente:
- Eso no me lo permite mi conciencia.

Y el Beato Juan Felton, gran amigo de la reina Isabel, pero fiel a su fe católica, fue el valiente que clavó en la puerta del Arzobispado la bula con que el Papa condenaba a la reina apóstata y pretendida cabeza de la Iglesia.
Ya ante la horca, tiene la elegancia de quitarse el anillo de boda y hacérselo llegar a la reina como un regalo personal suyo.

La joven esposa quedaba viuda, y el niño de dos años, cuando llegue a los veinte, sabrá dar también la vida como mártir de Cristo, igual que su papá.

Estos hermanos católicos son el germen del restaurado catolicismo inglés. Hoy, con el providencial ecumenismo, estamos dando los pasos hacia la unión de las dos Iglesias.

Y nos sentimos optimistas, pues sabemos hacia dónde está yendo el Espíritu Santo. Poco a poco, pero llegará el día feliz de la integración de todos en la única Iglesia de Cristo.

Tanta sangre y tan generosa no se puede perder, e Inglaterra volverá a ser la isla de los santos. No lo dudamos: la sangre de estos mártires pesa mucho en la presencia de Dios. ¿Cuándo llegará la hora dichosa de la suspirada unión?...

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