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viernes, 31 de agosto de 2012

Cartas del Padre a los "parisinos": "mucho esperamos de Francia, concretamente de París. Es buena cosa esperar, si además vosotros metéis la reja del arado"

Barrio Latino

El Padre les escribe con frecuencia. El 22 de enero de 1948 llega la primera carta, que lleva fecha del día 19. Les anima con su buen humor:

«Muy queridos parisinos: vuestras cartas no llegan-si es que las enviáis- o llegan con un retraso inexplicable, a pesar de enviarlas por avión. A mí sólo se me ocurre decir: oh, la liberté.

Aquí toda esta familia trabaja de veras y desea que arraiguéis vosotros, como ellos están de firme arraigando.

Supongo que tendréis optimismo y buen humor -¡gracia de Dios y buen humor!-, para resolver con garbo y con alegría las peguitas que se presenten (...).

¿Estudiáis? ¿Mucho? ¿Cómo marcha ese acento parisién, en vuestro francés? ¿Vais teniendo buenos amigos?

Cuando lo necesitéis, escribid a casa, a Diego de León, para que os vayan a ver vuestros hermanos».

Y en otra del 16 de febrero de 1949:

«Que Jesús me guarde a esos hijos. Con muchas ganas de veros, y de veros ahí. Que estéis contentos: roturar es cosa muy recia (...). Tengo planes estupendos: un poco de paciencia. Os quiere, os abraza, os bendice vuestro Padre». Y el 30 de mayo de 1949, desde Roma:

«Queridísimos: mucho esperamos de Francia, concretamente de París. Es buena cosa esperar, si además vosotros metéis la reja del arado».

El Padre se refiere a la necesidad de integrarse plenamente en la vida -el idioma- y el trabajo de cada país. Y empezar a roturar ese terreno con el espíritu de la Obra. Arar esa parcela del mundo que Dios ha destinado a cada uno.

Hasta el 2 de febrero de 1953 no se abrirá el primer Centro de la Obra en Francia, en la Rue du Doctor Blanche, próxima al Bois de Boulogne. Seis meses más tarde habrán de trasladarse a otro de menor alquiler, en el número 11 de la Rue de Bourgogne, cedido por un periodista de «Le Monde». Precisamente el 2 de octubre tendrá lugar el traslado, con la ayuda del coche de un amigo francés.

El nuevo piso está próximo al Barrio Latino, donde se concentran la mayoría de los estudiantes. Desde aquí le envían al Padre noticias frecuentes estos chicos que estudian con todas sus fuerzas y rezan por las calles y plazas de París, mezclados con ocho millones de personas. Uno de ellos escribe a Roma:

«Cada vez que pienso, Padre, en el camino por el que voy andando, me vuelvo loco de alegría y de agradecimiento. No hay nada comparable a esto que nosotros estamos viviendo y que tantos y tantos ni advierten. Por eso me da pena esta gente que no se da cuenta de cuánto vale lo que les venimos a traer. ¡Si lo supieran! Padre, empújeme con su oración para que vaya más aprisa. No tenemos más remedio que ir a la misma velocidad que los acontecimientos».

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